lunes, 24 de marzo de 2014

Conferencia: "Metrópolis", por Giorgio Agamben (11 de noviembre de 2006).


Conferencia pronunciada en el seminario “Metropoli/Moltitudine” organizado por la Uninomade (http://www.uninomade.org/) en Venecia el sábado 11 de Noviembre de 2006. 

Traducción hecha por Paolo A. desde la versión de Arianna Bove, quien transcribió la conferencia en italiano y la tradujo al inglés.

El audio original de la conferencia en italiano puede encontrarse en http://www.generation-online.org/

Fuente: página de la Universidad EGS (The European Graduate School):


Metrópolis.

Hace muchos años, teniendo con Guy Debord una discusión que yo creía que era sobre filosofía política, en cierto punto Guy me interrumpió y dijo: “Mira, yo no soy un filósofo, soy un estratega”. Esta declaración me chocó, porque yo solía verlo como un filósofo, así como me veía a mí mismo como filósofo, pero creo que lo que quería decir era que todo pensamiento, por más “puro”, general o abstracto que intente ser, está siempre marcado por signos históricos y temporales, y por tanto capturado y de alguna manera comprometido en una estrategia y en una urgencia. Digo esto porque mis consideraciones serán claramente generales y no entraré en el tema específico de los conflictos, pero espero que estas consideraciones generales porten la marca de una estrategia.

 Quisiera comenzar con una consideración banal de la etimología de la palabra metrópolis. Como ustedes saben, en griego metropolis significa Ciudad Madre y se refiere a la relación entre las ciudades y las colonias. Los ciudadanos de una polis que la dejaron para encontrar una colonia eran curiosamente llamados en apoikia: distanciándose/derivando fuera del hogar y de la ciudad, que desde entonces tomaba, en relación con la colonia, el carácter de Ciudad Madre, metrópolis. Como saben, este significado de la palabra es todavía actual y se usa hoy para expresar la relación del territorio metropolitano del hogar con las colonias. La primera observación instructiva sugerida por la etimología es que el término “metrópolis” tiene una fuerte connotación de dislocación máxima y de deshomogeneidad espacial y política, como la que define la relación entre el Estado, o la ciudad, y las colonias. Y esto origina una serie de dudas acerca de la idea correcta de la metrópolis como un tejido urbano, continuo y relativamente homogéneo. Esta es la primera consideración: la isonomía que define a la polis griega como modelo de la ciudad política está excluida de la relación entre metrópolis y colonia, y por lo tanto el término “metrópolis”, cuando es transpuesto para describir un tejido urbano, porta con él esta deshomogeneidad fundamental. Así que propongo que mantengamos el término metrópolis para algo sustancialmente otro que la ciudad –en la tradicional concepción de la polis, es decir, algo política y espacialmente isonómico. Sugiero reservar este término, “metrópolis”, para designar el nuevo tejido urbano que emerge en paralelo con los procesos de transformación que Michel Foucault ha definido como el cambio desde el poder territorial del antiguo régimen, de la antigua soberanía, al biopoder moderno, que es en su esencia, según Foucault, gubernamental.

Esto quiere decir que, para entender lo que es una “metrópolis”, uno necesita comprende el proceso por el cual el poder asume progresivamente la forma de un gobierno de las cosas y de lo humano, o si ustedes quieren de una “economía”. Pero economía no significa otra cosa que gobierno: en el siglo XVIII, el gobierno de lo humano y de las cosas. La ciudad del sistema feudal del antiguo régimen estuvo siempre en una situación de excepción respecto de los grandes poderes territoriales, el modelo era la citta franca, relativamente autónoma del poder de gobierno de las grandes entidades territoriales. Entonces yo diría que la metrópolis es el dispositivo o grupo de dispositivos que reemplaza a la ciudad cuando el poder asume la forma de un gobierno de lo humano y de las cosas.

No podemos adentrarnos en la complejidad de la transformación del poder en gobierno. Como es obvio, el gobierno no es dominio y violencia, es una configuración más compleja que atraviesa la naturaleza misma de los gobernados, implicando así su libertad, es un poder que no es trascendente sino inmanente; su carácter esencial es ser siempre, en su manifestación específica, un efecto colateral, algo que recae sobre el particular a partir de una economía general. Cuando los estrategas estadounidenses hablan de collateral damages, de efectos colaterales al bombardeo de la ciudad iraquí, por ejemplo, hay que tomarlos literalmente: el gobierno siempre tiene este esquema de una economía general, con efectos colaterales sobre los particulares, sobre los sujetos.

Volviendo a la metrópolis, mi idea es que no nos enfrentamos a un proceso de desarrollo y crecimiento de la antigua ciudad, sino a la instauración de un nuevo paradigma cuyo carácter debe ser analizado. Sin duda, uno de sus rasgos principales es que hay un cambio desde el modelo de la polis fundado en un centro, es decir, un centro público o ágora, a una nueva espacialización metropolitana que está ciertamente investida por un proceso de des-politización, que resulta en una extraña zona en la que es imposible decidir qué es privado y qué es público.

Michel Foucault intentó definir algunos de los caracteres esenciales de este espacio urbano ligado a la gubernamentalidad. Según él, hay una convergencia de dos paradigmas que hasta el momento eran distintos: la lepra y la peste. El paradigma de la lepra estaba claramente basado en la exclusión, requería que los leprosos fueran “puestos fuera” de la ciudad. En este modelo, la ciudad pura mantiene al extraño afuera, en lo que Foucault llama le grand enfermement, el gran encarcelamiento: encerrar excluyendo. El modelo de la peste es completamente diferente y da pie a otro paradigma: cuando la ciudad está apestada es imposible mover a las víctimas de la peste hacia afuera. Por el contrario, se da el caso de crear un modelo de vigilancia, control y articulación de los espacios urbanos. Estos se dividen en secciones, dentro de cada sección cada camino se hace autónomo y puesto bajo la vigilancia de un intendente; nadie puede salir de casa, pero todos los días los hogares son revisados, cada habitante controlado, cuántos hay allí, si están muertos, etc. Es un cuadriculado de territorio urbano vigilado por intendentes, médicos y solados. Así, mientras el leproso era rechazado por un aparato de exclusión, la víctima de la peste es encasillada, vigilada, controlada y curada a través de una compleja red de dispositivos que dividen e individualizan, y al hacerlo también articulan la eficacia del control y del poder.

Así mientras que la lepra es un paradigma de sociedad excluyente, la peste es el paradigma de lo que Foucault llama las técnicas disciplinarias, las tecnologías que llevarán a la sociedad por una transición desde el antiguo régimen a la sociedad disciplinaria. Según Foucault, el espacio político de la modernidad es el resultado de la fusión de estos dos paradigmas: en cierto punto el poder comienza a tratar al leproso como una víctima de la peste, y viceversa. En otras palabras, se comienza a proyectar sobre el esquema de exclusión y separación de la lepra, el esquema de vigilancia, de control, de individualización y la articulación del poder disciplinario; de manera que se trata de individualizar, subjetivar y corregir al leproso tratándolo como una víctima de la peste. De este modo se crea un doble esquema, por un lado la simple oposición binaria entre enfermo/sano, loco/normal, etc., y por otro lado toda la complicada serie de disposiciones diferenciales de tecnologías y dispositivos que subjetivan, individúan y controlan a los sujetos. Este es un primer esquema útil para una definición muy general del espacio metropolitano actual y también explica las cosas muy interesantes de las que estuvieron hablando aquí: la imposibilidad de definir unívocamente las fronteras, las murallas, la espacialización, porque son el resultado de la acción de este paradigma doble: ya no una simple división binaria, sino la proyección sobre esta división de una compleja serie de procedimientos y tecnologías articuladoras e individualizantes.

Recuerdo que para Génova del 2001 pensé que era un experimento tratar al centro histórico de una vieja ciudad, todavía caracterizada por una antigua estructura arquitectónica, ver cómo en ese centro uno podía repentinamente crear murallas, rejas, que no sólo tenían la función de excluir y separar, sino que también estaban allí para articular diferentes espacios e individualizar espacios y sujetos. Este análisis que Foucault esboza sumariamente puede desarrollarse y profundizarse más. Pero ahora quiero terminar con otra cosa y concentrarme en un punto diferente.

He dicho que la ciudad es un dispositivo, o un grupo de dispositivos. La teoría a la que usted se refirió antes era la idea sumaria de que uno puede dividir la realidad en, por un lado, los humanos y seres vivientes, y, por otro, los dispositivos que continuamente los capturan y retienen. Sin embargo, el tercer elemento fundamental que define un dispositivo, para Foucault también yo creo, son los procesos de subjetivación que resultan del cuerpo a cuerpo entre el individuo y los dispositivos. El sujeto es lo que resulta de la relación entre lo humano y los dispositivos. No hay dispositivo sin un proceso de subjetivación, para hablar de dispositivo tiene que haber un proceso de subjetivación. Sujeto quiere decir dos cosas: lo que lleva a un individuo a asumir y atarse a una individualidad y una singularidad, pero significa también la subyugación a un poder externo. No hay proceso de subjetivación sin estos dos aspectos: asunción de una identidad y sujeción a un poder externo.

Lo que suele faltar, también en los movimientos, es la conciencia de esta relación, la conciencia de que cada vez que uno asume una identidad uno también es subyugado. Obviamente, esto también es complicado por el hecho de que los dispositivos modernos no sólo conllevan la creación de una subjetividad, sino también y en la misma medida, procesos de desubjetivación. Esto puede haber sido así siempre, piensen en la confesión, que le dio forma a la subjetividad occidental (la confesión formal de los pecados), o la confesión jurídica, que todos experimentamos hoy. La confesión siempre supuso en la creación de un sujeto también la negación de un sujeto; por ejemplo, en la figura del pecador y del confesor, es claro que la asunción de una subjetividad va junto con un proceso de desubjetivación. El punto es actualmente, entonces, que los dispositivos son cada vez más desubjetivantes, de modo que es difícil identificar los procesos de subjetivación que ellos crean. Pero la metrópolis es también un espacio en el que un tremendo proceso de creación de subjetividad tiene lugar. Sobre esto no sabemos mucho. Cuando digo que necesitamos conocer estos procesos, no sólo me refiero al análisis, muy importante por cierto, sobre la naturaleza sociológica o económica o social de estos procesos de subjetivación; me refiero al nivel ontológico, a la cuestión spinoziana de la capacidad para actuar de los sujetos; es decir, lo que, en el proceso a través del cual el sujeto de alguna forma queda atado a una identidad subjetiva, lleva a un cambio, un aumento o disminución de su capacidad para actuar. Carecemos de este conocimiento y quizás esto haga que los conflictos metropolitanos de los que hoy somos testigos sean más bien opacos.

Creo que una confrontación con los dispositivos metropolitanos solo será posible cuando penetremos de un modo más articulado, más profundo los procesos de subjetivación que la metrópolis implica. Porque creo que el resultado de los conflictos dependerá de la capacidad para actuar e intervenir en los procesos de subjetivación, con el fin de alcanzar ese momento que yo llamaría “el punto de ingobernabilidad”, de lo ingobernable que puede hacer naufragar al poder en su figura de gobierno, lo ingobernable que, yo creo, es siempre el comienzo y la línea de fuga de toda política.